lunes, 6 de marzo de 2017

RECORRIENDO UN NUEVO CAMINO: LLEGAR A CASA (1)

Mucho ha pasado desde el último post que os compartimos, y mucho más desde que se escribió.
En aquel momento Pablo estaba mal, aún ingresado en la UCIN y sin fechas límite para nada más que para vivir el día a día... Pasando las hojas del calendario con la esperanza de que mañana pasáramos una más.

Han pasado meses desde eso... pasamos las crisis, pasamos los momentos de dudas y temores, y llegó el tan ansiado día de llegar a casa con él. Esa mezcla de emoción y pánico absoluto porque no sabemos lo que sucederá mañana y quizás estemos solos cuando suceda, quizás no sepamos ayudarle adecuadamente, tal vez no lleguemos a tiempo con él al hospital si todo se tuerce de repente. Pero, había que dar el paso, salir de la que ya se había convertido en nuestra zona de confort, de la habitación madre e hijo que fue nuestro hogar en las últimas dos semanas de ingreso de nuestro bebé. Esa habitación en la que las conversaciones nos llevaban a reflexionar sobre lo sucedido semanas atrás, sobre lo que esperábamos el uno del otro y del entorno cercano, sobre lo que se cumplió y lo que no, lo que nos duele y lo que nos alegra. Esa habitación en la que por momentos incluso se decidió nuestro futuro como familia y pareja, porque todo este proceso tiene un precio, y no es precisamente bajo.
Pagas un día, y otro, y otro más... vas acumulando pagos, vas pagando sin mirar si realmente tenías fondos con los que hacerlo y, de repente, ves los números rojos en la cuenta y todo se te viene encima. ¿Cómo que no tenía calma, energía o paciencia para sobrellevar esto y lo he hecho? ¿Cómo que he pasado por alto cosas que no me parecen tolerables y aún así he seguido día a día al pie del cañón? ¿Cómo que he pagado tanto sin darme cuenta? Y ahora... ¿cómo me voy a casa, con qué energías, con qué confianza en mi estabilidad y la de mi familia? Y con un bebé que necesita tanto... que también ha pagado tanto...

Cuando se está en UCIN, entre la vida y la muerte de tu bebé, hay cosas que conviertes en secundarias por pura supervivencia pero que en realidad son importante si no fuera por lo límite de la situación.
El contacto permanente con el bebé es importante, tanto para una misma como mujer en posparto cuyo cuerpo pide criar un bebé y tiene como todo sentido en cada cambio fisiológico que se ha producido el hacerlo, como para ese bebé que sólo conoce el cuerpo de su mamá como cuna, como espacio vital... La mamá es todo lo que conoce, el resto del universo es desconocido y puede resultarle amenazante... Así que imaginemos un universo frío, rodeado de voces extrañas, con sonidos que nos perturban porque no los identificamos y manipulados constantemente por personas que no identificamos... A veces sin poder siquiera llorar y descargar nuestro miedo y enfado porque tenemos un tubo en la garganta que lo impide...
Pero eso, esa necesidad de cercanía, de contacto con la cuna de nuestra vida, queda anulada por otra primordial: sobrevivir. Si para ayudarnos a sobrevivir han de operarnos, sedarnos, manipularnos, separarnos con un cristal, intubarnos o hacer cualquier otra cosa que nos separe de ese espacio ideal, se hace... Y como padres creo que nadie dejaría de firmar por pasar por todo ello como pago si con eso consigue llevarse a casa a su bebé.

Pero sí, no nos engañemos... tiene un precio. Y el precio se empieza a pagar en aquella unidad UCIN, aunque a menudo nos demos cuenta de ello cuando llegamos a casa o transcurrido un tiempo desde ese momento.

Pablo pagó allí su precio. Para nosotros era imposible estar las 24 horas con él. Las bajas de los padres en casos de ingreso de los bebés sólo se incrementan en unos días respecto al permiso de paternidad normal, y había otra pequeña que nos necesitaba fuera de ese hospital.
Lo segundo es algo inevitable y justo, pues ella ya paga también su precio al vivir la tensión del día a día desde fuera del hospital y vernos muy poco en medio de esa situación tan terriblemente dura y llena de incertidumbres. Pero lo segundo, las bajas, los permisos por tener a tu bebé ingresado... eso es vergonzoso.
Y no pienso sólo en bebés recién nacidos, sino también en pequeños que están ingresados en unidades pediátricas y que no pueden ni deben estar solos ni lejos de sus familias. Pero esta sociedad preserva tan poco la maternidad y la infancia, que no sé por qué me sorprendo de semejante situación y de que el poco alivio que existe para ella venga de entidades sin ánimo de lucro.

Llegar a casa con un pequeño que no ha podido establecer su vínculo de forma libre y natural no es nada fácil... porque la inseguridad de ese vínculo, si se es consciente de ella, nos permite ver las carencias claramente. Nosotros las veíamos ya en UCIN, se notaban en los comportamientos, y ya allí intentábamos un contacto lo más directo y continuado posible con nuestro pequeño. Y es que el equilibrio emocional no cura, pero ayuda siempre. Y para nosotros preservar en lo posible ese equilibrio en Pablo era fundamental.

Aún así, pasó por momentos en los que no se le podía tocar el pecho, o la cara, o la cabeza... porque tenía dolores, porque estaba incómodo, porque se había creado un trauma con todas las intervenciones que, necesariamente, se le habían hecho... y porque él no se sentía cómodo siendo tocado. Simplemente porque durante su primer mes de vida casi no se le pudo tocar y, cuando se hacía, habitualmente era para llevar a cabo algún procedimiento que le resultaba incómodo.

Y a ese bebé, con toda esa historia vital, te lo traes a casa... A una casa en la que sus padres también están traumatizados muy frecuentemente, agotados por la tensión, el tiempo, la situación... Y así, con un bebé que se intenta recomponer y unos padres que siguen buscando los trozos que les faltan desde aquel momento en el que se rompieron en mil pedazos por el miedo, la incomprensión, la rabia, la tristeza y el desaliento... Que intentan sonreir para dar el mayor amor a un pequeño que ha luchado todo y más para llegar a casa con ellos, y que se intentan al menos no gruñir para ayudarse a integrar todo lo vivido con la mayor armonía... cada uno a su forma, pero intentando cada día no romperse de nuevo...

Así, con trozos por aquí y por allí, llegamos a casa. Cada cual con su visión de la vida, con su vivencia de todo lo ocurrido, con sus dolores y temores, con sus enfados y reproches... pero con el más inmenso amor... con Pablo.


Bea, mamá de pequehéroe.